19 enero 2015

La joven de la perla, novela de Tracy Chevalier. Por Patricia Farías

Patricia Farías.

Una muchacha de ojos verdes nos mira a los ojos. No sabríamos decir qué hay detrás de esa mirada, que parece melancólica o francamente triste, o tal vez sorprendida. Tal vez mira algo que sabe que ha perdido. La muchacha nos mira, y nosotros imaginamos su historia, tejemos hipótesis sobre el significado de su mirada. La escritora Tracy Chevalier (EU., 1962) nos ofrece una explicación, contándonos una posible historia detrás de la obra de Johannes Vermeer llamada “La Joven de la Perla”.


1664 – La criada
La historia se centra en Griet, una muchacha que por necesidad, debido a la invalidez de su padre tiene que emplearse en la casa del célebre pintor Johannes Vermeer como doméstica. La cualidad que hace que la recomienden para la tarea es que ella es capaz de limpiar objetos sin moverlos para nada de su sitio… algo imprescindible para su padre, que recientemente perdió la vista en un accidente en el taller. Por eso la contratan para ayudar a la otra sirvienta de la casa, pero en especial para limpiar el taller del pintor, un lugar vedado a toda la familia.

En lo que podríamos llamar una entrevista de selección, Vermeer vislumbra la sensibilidad de la muchacha, algo poco común en alguien sin instrucción y proveniente del medio en que ella vive: la chica corta vegetales para la sopa y los ordena por colores. Ante la pregunta de por qué hace eso, responde tímidamente que “los colores se pelean cuando los pones juntos”. Así es como Griet debe mudarse a la casa del pintor, una casa que le resulta atemorizante entre otras cosas porque pertenece a católicos: la familia de Griet es calvinista. En Delft, donde viven, si bien viven apartados son “tolerados, pero no se esperaba que exhibieran abiertamente su fe”. Su padre, sin embargo los consideraba no muy distintos a ellos, aunque tal vez menos solemnes.

En la casa conviven el pintor su esposa Catherina, sus hijos (con uno por llegar), su suegra Maria Thins (sin dudas, la verdadera autoridad de la casa) y la servidumbre. Desde el principio Griet se siente tanto fuera de lugar en la casa, como fascinada por su empleador. No tarda mucho en establecerse entre ellos un vínculo basado en la sensibilidad de la muchacha, tal vez la única persona de la casa capaz de valorar la obra Vermeer en cuanto a arte, y no en cuanto a dinero. Bajo la guía del pintor, Griet aprende con el tiempo a “ver” los colores y cómo se componen; aprende a mezclar los colores para pintar… todo esto de la forma más discreta posible, ya que los dos saben que ese vínculo no será bien visto por los demás ocupantes de la casa. El artista, intrigado por su personalidad, dedica algunos minutos a enseñarle, por ejemplo, cómo usa la cámara oscura para captar detalles y matices para sus cuadros, porque “sus ojos no siempre lo ven todo”.

Instintivamente casi, tanto la hija mayor del pintor como su esposa sienten antipatía hacia Griet. La hija, tal vez por verse desplazada en la atención de su padre, que pasa largas horas en el estudio, un lugar que está vedado para todos salvo para Griet. La esposa, porque intuye o sabe que la muchacha tiene el don de comprender el arte de su esposo, incluso sin tener educación. Basta un diálogo para que eso quede demostrado de la manera más simple: Griet pregunta a Catherina si debe limpiar los cristales del estudio, a lo que la señora responde con fastidio que “No hace falta que me preguntes esas tonterías”. Griet explica sencillamente: “Por la luz, señora. Podría cambiar la pintura si los limpio. ¿Entiende?” Ella misma reflexiona después que su señora no entendía. Fue necesario que le preguntara a su esposo, quien por supuesto dijo que los cristales debían quedar como estaban.

Por otra parte, la realidad familiar de Griet hace que sea una especie de carta ganadora que puede significarle a la familia un mejor pasar. La muchacha conoce por sus idas al mercado local a Pieter, el joven hijo de un carnicero que inmediatamente se siente atraído por ella. El sentimiento no es mutuo, Griet se intuye superior a él y tal vez secretamente desea “algo más” aunque sin dudas sabe que no está en posición de acceder a eso. La familia de ella apoya incondicionalmente (y a veces hasta demasiado abiertamente) un posible noviazgo entre ellos, porque esa relación significaría disponer de alimentos sin limitaciones. Dentro de su medio social, Pieter no es un mal partido, si bien es muy simple y no entiende la forma de ser de Griet.

La situación de Griet como criada en la casa de Vermeer también la expone a otros visitantes cuyo interés en la muchacha pasa meramente por su apariencia y por sacar provecho de su condición inferior. Es el caso de Van Ruijven, el principal cliente del pintor. Este hombre compra las obras de Vermeer, no tanto por apreciar el arte en sí mismo sino más bien por hacer ostentación de poseer esas obras hechas por encargo. Pero también suele aprovecharse de las modelos que posan junto a él en algunas de las obras, al punto de que es conocida la historia de una de ellas que quedó embarazada. Por lo tanto, posar junto a Van Ruijven equivale a deshonra para la gente del medio de Griet y para ella misma, que varias veces debe esquivar los avances de él.

Poco a poco Griet comienza a ayudar al pintor, tanto moviendo apenas algún detalle de sus obras, como preparando los colores que él necesitaría al día siguiente para su trabajo. Esto era un secreto entre ambos, ya que él nunca comunicó a su familia las tareas extra que le asignaba a la muchacha, y ella no decía nada al respecto. El pintor es egoísta en lo que respecta a su arte: él no quiere molestias y es ella quien tiene que ingeniárselas para solucionar los problemas que pueda tener para poder cumplir con su rol de asistente y sus tareas domésticas. Su amigo Van Leeuwenhoek (quien le presta la cámara oscura) lo dice claramente: “…sólo piensa en él y en su trabajo, no en ti. Debes tener cuidado…”, le advierte a Griet.

Tracy Chevalier

1665 – 1666 – La joven de la perla
La idea toma forma poco a poco. Van Ruijven pide abiertamente un cuadro con Griet como modelo. El pintor se niega, ella se siente aliviada. Pero un día Griet está cerca de las ventanas del estudio y el interés del artista se despierta. La mira, le pide que asuma una posición determinada. Lo que ella tanto teme ha sucedido: la va a pintar. Será un cuadro para Van Ruijven, por supuesto, ya que los hijos siguen llegando a casa de los Vermeer, y hay que alimentarlos… y para eso hay que ganar dinero, vendiendo cuadros.

Pero se trata de un cuadro peculiar. No es un grupo, ni tampoco la muchacha ocupada en alguna actividad cotidiana. Es un retrato. Un retrato donde el pintor afirma que la pintará como la vio por primera vez, como “ella misma”; no como una criada. Griet no quiere ser pintada como una criada, con una escoba en la mano. Empiezan a trabajar; la muchacha asume la posición tan clásica y conocida para nosotros hoy en día. Sin embargo, algo falla. La cofia que Griet siempre lleva esconde sus facciones, también su cabello que ella siempre lleva oculto, al que atribuye una extraña fuerza, una representación de “su otro yo”.

Varias veces Pieter, ya su novio formal, intenta saber de qué color son sus cabellos, pero ella le miente siempre. Su cabello es “… largo e indómito. Cuando me lo dejaba sin cubrir parecía que pertenecía a otra Griet, una Griet que iría a un callejón sola con un hombre, y que no era ni tan tranquila ni tan callada ni tan limpia. Una Griet semejante a las mujeres que no se cubrían la cabeza [las prostitutas]. Por eso mantenía mis cabellos completamente cubiertos, para que no hubiera rastro de esa Griet.”

De algún modo, mientras su cabello esté oculto, ella se siente a salvo. Hasta ese momento, en que la cofia se interpone entre el artista y su obra. Vermeer le pide que se quite la prenda, ella se niega y pide por favor que no le pida eso. Ante la dificultad de cómo pintarla (no como una criada, ni como una dama), Vermeer trae unas piezas de tela para que ella vea qué puede hacer con ellas. De ahí surge el famoso turbante, tan poco común para la vestimenta de la época.

Sin embargo, ya casi terminado el cuadro, Vermeer no está satisfecho. Algo falta, y cuando Griet pide ver la obra se asombra de verse como si fuera otra persona, de otro país. Se ve mirando directamente a alguien, o “como esperando algo que no creía que fuera a suceder nunca.” Pero Griet sabe qué es lo que falta, ya que recuerda que el pintor utilizaba frecuentemente un punto brillante para atraer la mirada del observador. Lo que falta es precisamente, la perla. Las perlas de Catharina, la esposa del artista, que muchas veces cedía sus joyas a las modelos, pero no a una criada a quien siempre le marcó su desconfianza con respecto a las joyas. El pintor tarda unos días en identificar qué es lo que falta, pero finalmente lo sabe.

Griet trata de evitarlo, pero en ese momento se enfrenta a la realidad que le habían anticipado: Vermeer piensa en su trabajo, y nada más. Griet sabe que además, va a perder su trabajo en el preciso instante en que se conozca el cuadro y la esposa del pintor vea sus perlas. Sin embargo, no puede persuadirlo de abandonar su idea, y el pintor le ordena ir a prepararse para posar. En ese momento, mientras ella se está preparando, Vermeer se acerca al umbral de la puerta, y la ve: ve su cabello. Una vez que han descubierto su secreto, que han visto su cabello y como ella cree, su otro yo, Griet se siente libre y siente que ya nada importa demasiado. Tanto es así, que va a buscar a su novio y por primera vez se entrega a él en un callejón, cerca de un bar.

Después de ver el cabello de la muchacha, Vermeer añade un mechoncito de cabello asomando desde el turbante. También le indica que se humedezca los labios y entreabra la boca: ella sabe que las “mujeres virtuosas” no hacen eso, pero obedece, con los ojos llenos de lágrimas. Es como si de algún modo Vermeer supiera lo sucedido la noche antes. Griet no tiene las orejas perforadas, pero eso no es un problema para Vermeer, quien simplemente le indica que ella deberá ocuparse del asunto. Sin tener a quien acudir, finalmente se perfora ella misma la oreja que será visible en el cuadro. El proceso es largo y doloroso, ya que la herida se infecta, pero Griet continúa hasta lograr hacer la perforación para el pendiente. Con ayuda de Maria Thins, que le da las perlas un día que su hija no está en la casa, finalmente el cuadro va a ser terminado. Es el día del décimo octavo cumpleaños de Griet, el mismo día en que Pieter elige para ir a la casa de sus patrones y comunicarle que ha pedido su mano a sus padres. Poco importa la opinión de Griet, es evidente. Ella lo despide y sube a cumplir con su obligación de posar.

El único contacto vagamente sensual o íntimo que Vermeer y Griet tienen es precisamente ahora: ella le pide que sea él quien le coloque el pendiente. El dolor es enorme, Griet deja caer una lágrima que el pintor recoge con su dedo, le acaricia el labio… y se aleja otra vez. Pero no está completo todo aún. Vermeer quiere que ella luzca ambos pendientes, no importa si el otro no se verá. Una vez más, el pintor indica que ella debe ocuparse del asunto, ya que debe perforarse la oreja frente a él; y se sienta a posar, sintiendo el dolor. Cuando terminan, ella espera con el cabello suelto en la otra habitación, pero el pintor no acude. Una vez terminado el cuadro, Griet ya no es interesante.

La muchacha nunca llegó a ver el cuadro terminado, ya que muy pronto Catharina ve el cuadro y la llama al estudio de su marido, acusándola de robarlos. Cuando llega el pintor, la esposa lo recrimina por nunca haberla pintado y en un acceso de furia, intenta destruir el cuadro. Griet abandona la casa y ya en la calle, debe decidir qué hacer. Finalmente decide lo que “sabe” que debía decidir, y sigue su camino.

1676 – La mujer libre
Pasa el tiempo, diez años donde nunca volvió a ver ni al pintor ni a su familia. Griet está casada con Pieter y tiene dos niños. Desde que dejó la casa y se casó, la familia Vermeer empezó a comprar en otro puesto, incluso dejando una deuda a la que Pieter se refería como “el precio que pagué por ti”, agregando que ahora sabía cuánto vale una criada. Su vida es monótona pero no del todo infeliz, pese a que su marido sigue sin comprenderla plenamente. Sin embargo no hace preguntas. Poco queda de “la joven de la perla”, salvo unos bultitos en los lóbulos de sus orejas.

Un día Tanneke va a buscarla, su señora quiere verla. Griet sabe que Vermeer ha muerto dos meses atrás, pese a que nunca lo vio más que de lejos en todos estos años. De a poco, ha ido olvidando lo que añoraba cuando trabajó en su casa, y también ha ido olvidando sus sentimientos hacia él.

Vermeer ha muerto, Van Ruijven también. Pocos quedan de los actores del drama de la perla. Maria Thins sigue allí, como siempre, y es la que recibe a esa criada que tantos problemas les ha dado. Pero es Catharina quien la busca, junto con el albacea del testamento. La familia está arruinada, pues luego de la guerra con Francia la venta de cuadros disminuyó hasta casi desaparecer. Luego el pintor falleció, dejando una carta para su esposa: en esa carta dispone que se le entregue a Griet los pendientes de perlas. Pese a que Griet pretende rechazarlos, Catharina insiste ya que según ella, el pintor ha decidido por las dos. Como siempre, tal vez.

Entonces Griet se marcha, con los pendientes en la mano.. No puede llevarlos a su casa ya que su esposo nunca supo realmente la historia del cuadro, así que los vende. El producto de la venta es de cinco florines más que la deuda pendiente de los Vermeer. Esos cinco florines, Griet decide no gastarlos nunca. A su esposo en cambio, le haría feliz saber que la deuda fue saldada.

La joven de la perla finalmente es una mujer libre.

Girl with a pearl earring
1999, Tracy Chevalier
Traducción de Pilar Vázquez - Santillana Ediciones Generales – Punto de lectura
ISBN: 84-663-0798-2