07 marzo 2015

Vera, de Francisco Athié

Francisco Peña.



La película Vera, del realizador mexicano Francisco Athié, es el resultado de un proyecto muy particular. Parece recoger las ideas y preocupaciones estéticas de un reducido grupo cultural que, por medio del cine, quiere exponerlas al público.



El problema de Vera está entonces en el núcleo de su concepción misma. Es una idea experimental que no hace concesiones y pretende expresarse sin cortapisas. El problema es que, de inicio, corta con la posibilidad de ser comprendida por un público externo, ajeno al marco estético que le da forma.

La anécdota se resume en pocas líneas de acción y personajes. Un viejo se interna en una cueva - mina. Allí sufre un accidente. A partir de ese momento inicia un viaje con tintes surrealistas al inframundo. Ayuda a nacer a un ser que se encuentra en un capullo -Vera- del cual no se sabe si es androide, cyborg, chaneque o un espíritu. Este ser con el que establece relación el viejo, lo ayudará a morir.


Contar esta anécdota no afecta la visión de la cinta porque contiene pocas situaciones, unas cuantas frases de diálogo y poca acción. Lo que interesa a Athié y a su grupo de colaboradores es poner en pantalla una visión particular de imágenes sueltas y no de acciones dramáticas.

La plasticidad de la cinta es evidente, donde los cuadros se suceden buscando atmósferas extrañas, surrealistas, que van desde las imágenes de grutas, arena y agua hasta el posicionamiento de los dos personajes en ese ambiente.

Las imágenes bellas por si mismas, la poca acción, la falta de diálogo, es una elección consciente del director por una estética muy particular.


¿Dónde empiezan entonces los problemas de Vera?

La cinta expone ideas estéticas de un pequeño grupo, en donde circulan en forma muy intima hasta rarificarse y volverse incomprensibles para la gente ajena. Deslumbrados por el mundo que imaginan, los creadores de esta cinta pierden el contacto con su público, para quien Vera es demasiado abstracta, aun en los mejores hallazgos visuales -que los tiene, claro-.

Vera termina por ser una película para unos pocos elegidos: el círculo intimo cerrado de sus creadores. Fuera de este espacio, rarificado hasta la incomprensión, Vera no significa nada para los espectadores externos al círculo creativo.

Las imágenes se suceden buscando asociaciones libres con un hilo narrativo tan tenue que finaliza por no decir nada. El buen surrealismo debe evocar el sueño y las emociones de su público, la Vera de Athié no lo consigue.

Solamente dos secuencias se acercan un poco más a los espectadores porque plantean un par de situaciones más cercanas al público. La primera es un baile entre un esqueleto animado y Vera; la segunda es el recorrido del viejo y Vera por una gruta acuática, la que cruzan en bote.


La primera secuencia que menciono es la clave del problema de Vera. Se entiende que el ser femenino baila con el esqueleto frente al viejo como manifestación del inframundo ¿maya? Pero la coreografía específica que expone el ser femenino es la llave. Como sucede con mucha danza moderna, los bailarines y coreógrafos se entienden sólo entre si. Han depurado su arte en movimiento a tal grado que no han educado paulatinamente a su público, por desgracia cada vez más escaso. Esto lleva a la incomprensión, a la frustración y a la incomunicación.

El baile de Vera es el símbolo del problema de la película. Dispuestos a no hacer concesiones al público terminan con una cinta que sólo los refleja a ellos, que sólo ellos comparten y entienden. Es como decir: aquí está mi obra, si la entienden o no, si les gusta o no, es problema de ustedes espectadores. Yo ya cumplí con expresarme y lo demás no importa.

El problema es que SI importa. Aún las grandes revoluciones artísticas del siglo XX, llenas de rupturas, tuvieron problemas de incomprensión. Pero los mejores artistas representantes de movimientos como el dadaísmo, el surrealismo, constructivismo y el abstraccionismo se dieron a la tarea de tender puentes hacia sectores inteligentes de su público.

Las revoluciones artísticas también llevan aparejada una dinámica de difusión intensa a cargo de los mismos artístas. Fines, metas, métodos y desarrollos se explicaban a las élites y al público en general. Así, un sector del público "creció" al parejo de las innovaciones y fue el sostén económico y social de dichas revoluciones artísticas hasta que permearon las sociedades en donde ocurrían.

Cada movimiento artístico tenía su vocero (a su manera) como André Breton, Eluard, Picasso (en sus diferentes etapas), Apollinaire, Munch y, claro, el ejemplo del artista - promotor - difusor de su propia obra: Andy Warhol.


Este proceso no se ha dado en nuestro país y mucho menos en el ámbito del cine (con las excepciones de González Iñarritu y los hermanos Cuarón, promotores de cierto escándalo para lanzar sus obras). Así, el grupo creativo que rodea a Francisco Athié lanza esta cinta a un desierto en despoblado, sin contexto y sin puentes internos en la película para comunicarse con el público.

Todo esto está concentrado en la danza del esqueleto virtual y del ser femenino que, aunque se comprende que es danza, resulta ajena al espectador.

El segundo punto es el clímax de la preocupación visual y estética de la cinta. El recorrido por la gruta acuática de la canoa con Vera y el Abuelo es la cima más hermosa de la cinta. Su ritmo pausado y lento, hierático, casi inmóvil hace añorar lo hermosa que hubiera sido la película si tendiera más puentes de entendimiento a quienes la ven.


Por desgracia, también esta secuencia es emblemática. Cuando ocurre este "viaje" visual por la caverna el Abuelo está muerto. Para cuando llega la secuencia a la pantalla la cinta Vera está muerta y el poco público se ha ido deslizando poco a poco hacia la salida del cine.

La actitud artística de que sólo importa la expresión del artista y no la reacción de quien comparte la obra como público es altamente riesgosa. Es aceptada por quienes comparten la misma actitud, pero el problema es la soberbia implícita frente a cualquier receptor de la obra artística.

Este es el caso de Vera, una cinta que recoge un sueño grupal pero que en esencia es restringido a unos pocos a pesar de sus aciertos visuales. Con los puentes cortados el hecho de expresarse en el desierto, sin que nadie escuche lo que se ha dicho, rompe con la comunicación. La obra misma se pierde en el viento, en el vacío que no fue capaz de superar para contactar al Otro que está sentado frente a la pantalla de cine.


VERA. Dirección: Francisco Athié. Año: 2002. Guión: Francisco Athié. Fotografía en color: Ramón Suárez. Edición de imagen y diseño sonoro: Samuel Larson. Música: Samuel Larson y Shyamal Maitra. Sonido directo y recopilación sonora: Antonio Diego. Supervisor de efectos especiales: John Chadwick. Coreografía: Ko Murobushi. Intérpretes: Marco Antonio Arzate (Don Juan) y Urara Kusanagi (Vera). Producción: CONACULTA, IMCINE, FOPROCINE, Chadwick Films, BB&R, Arroba Films. Duración: 85 minutos. Distribución: IMCINE.