02 septiembre 2015

Crónicas, de Sebastián Cordero

Francisco Peña.


Crónicas (2004) es el segundo largometraje del director ecuatoriano Sebastián Cordero (Ratas, ratones, rateros). Ha participado en el Festival de San Sebastián, Sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, fue selección oficial en el Festival de Toronto y de Sundance. Fue la Mejor Película Iberoamericana en el Festival de Cine de Guadalajara.



IDEA RECTORA
Crónicas es un thriller, una cinta de suspenso. Pero, como el buen cine latinoamericano va más allá de la etiqueta fácil. Es retrato crudo de una sociedad hecha pedazos por carencias económicas: caldo de cultivo para un asesino serial que ataca a dos grupos de los más vulnerables: niños y mujeres. Vinicio Cepeda (Damián Alcázar) es un pobre diablo, vendedor de biblias, que sólo puede sentir algo de control sobre su vida al ejercer poder sobre sus víctimas.

Las sociedades latinoamericanas, guste o no, están dentro de la globalización. Estas sociedades están filtradas por la televisión amarillista, con base en Miami. Sólo pueden verse a sí mismas a través de esta “intermediaria” y no existen sin ella. A los mecanismos internos de esta televisión yellow, que se encarga de los crímenes del Monstruo de Babahoyo, dedica la cinta su mejor narrativa.


El equipo de televisión hace crónicas desde Ecuador y goza de un poder de facto muy grande. Su reportero estrella, Manolo, y su productora, Marisa, representan dos polos morales de esta televisión. Manolo aspira a ser estrella y tener su propio show, Marisa está harta del medio aunque es su trabajo. Frente al asesino serial, Manolo acepta su reto para obtener la exclusiva. La elección moral del reportero, entre denunciar al asesino y pagar las consecuencias de su ocultamiento a la policía, o dejarlo ir para obtener su estrellato, desnuda la mentalidad de ciertos medios interesados sólo en ratings y ganancias, lejanos de obligaciones sociales.

DIRECCION
Cordero obtiene de sus actores una naturalidad sorprendente, en especial con los personajes secundarios más pobres. Sus escenas de linchamiento tienen una inmediatez sorprendente gracias a una puesta en escena caótica donde la cámara es testigo rebasado por las circunstancias. La visualización es quirúrgica, como los close ups usados en los diálogos entre Vinicio y Manolo. La sensación que deja es la mano firme de un realizador que no rehuye comunicar temas polémicos.


FOTOGRAFIA
Enrique Chediak maneja una cinefotografía sombría muy acorde al ambiente de la cinta. Días nublados llenos de grises, azules y verdes putrefactos: la naturaleza es otro cadáver más en la lista del asesino. Destaca la cámara en mano de las escenas iniciales del linchamiento donde Vinicio (Alcázar) casi pierde la vida, que reproduce la técnica televisiva. La escasa pero excelente iluminación en la cárcel y los hoteles contribuye mucho al ambiente opresivo de la película.

EDICION
La edición, de Luis Carballar e Iván Mora, sabe cuando apretar el acelerador y cuando dar la impresión de tiempos muertos. De nuevo, la escena de linchamiento tiene un ritmo impactante que golpea al espectador. Es más pausada cuando los personajes reflexionan sobre su dilema moral, precisa en los diálogos Alcázar-Legizamo, detallista en el preámbulo a los asesinatos (los hace más crueles sin mostrar violencia).

ACTUACIONES
Damián Alcázar se roba la película como el asesino serial. Sus cambios de tono, desde el “tierno” acercamiento a los niños hasta la esgrima verbal en los interrogatorios, crean un Vinicio conmovedor y repugnante. Los periodistas (Leonor Waitling, John Leguizamo) son precisos en la representación del dilema moral de sus personajes. Sobresalen las actuaciones en los diálogos Vinicio-Manolo donde el jaloneo de emociones y la esgrima verbal crean un excelente suspenso.


MUSICA
Antonio Pinto contribuye de manera decisiva al suspenso de la cinta, con una banda sonora que subraya la tensión individual o el caos social. Sin ser notoria por si misma, tiene una belleza lacerante, como la película misma. Hay que oirla de nuevo sin imágenes para reencontrar su calidad propia, sin su función inmediata de apoyar sin reservas a la película.

GUION
Se asoma a la miseria moral de una sociedad donde sólo la televisión da la existencia, donde los “quince minutos de fama” warholiana tienen el poder de alterar decisiones, de condenar o liberar. Dentro de ese contexto, sus personajes tienen luces y sombras, tienen una humanidad cercana a la nuestra. La estructura de thriller toma lo mejor de la escuela estadounidense pero la adapta perfectamente a lo que ocurre en las sociedades latinoamericanas, al grado de parecer casi un documental. Equilibra sus elementos hasta el mínimo detalle.


CONCLUSION
Entre el dilema moral de los personajes y el mecanismo de suspenso, Cordero pone al espectador al borde el asiento, con el impacto doble de que todo ocurre en una cotidianeidad semejante a la que lo rodea. El cineasta lo logra con brillantez y dureza, como un golpe inesperado al estómago: el thriller funciona como un perfecto reloj perverso.