13 octubre 2015

Sagrado / Kadosh, de Amos Gitai

Francisco Peña.


Si hay una película israelí de tesis esa es Sagrado - Kadosh, de Amos Gitai. Es una cinta que argumenta a favor de una sociedad liberal que de cabida a grupos y corrientes de pensamiento dispares, en la cual los individuos tengan la posibilidad de elegir el tipo de vida que quieren vivir. Esto, siempre y cuando, los grupos más radicales no impongan su visión fundamentalista a todos.

Claro, la película es sincera y plantea que siempre habrá tensiones entre los grupos, que no siempre se resolverán de común acuerdo, lo que causará perjuicios irreversibles a sus miembros más sensibles, que buscan el espíritu de su religión y no la letra de múltiples ordenamientos que terminan por carecer de sentido si les falta un fondo de humanidad.



Amos Gitai, bajo esta óptica, camina sobre una navaja política y religiosa todo el tiempo que dura la cinta. Busca exponer una situación sobre la casi imposible convivencia entre un grupo ortodoxo judío y la sociedad laica que lo rodea.

Trata de exponer los hechos con objetividad, sin criticar al grupo ortodoxo durante un buen tramo del film, y sin panfletos y exhortaciones abiertas. Finalmente toma partido por la vida y el mundo exterior donde los individuos pueden ser lo que quieren ser, sentir lo que quieren sentir, y vivir sin múltiples ordenanzas a las que no le encuentran ya sentido, pero dejando también vivir a los que las aceptan como parte esencial de su creencia religiosa.

El planteamiento es muy delicado, y Amos Gitai logra llegar a puerto después de sortear muchos peligros narrativos y temáticos en su film.

De hecho, por su misma construcción, la película de este director israelí logra que el espectador llegué a compartir sus ideas sin forzarlo a pensar igual. Deja que el cinéfilo saque sus conclusiones porque sabe que las situaciones que narra hablen por si mismas.

Pero Gitai también tiene que plasmar su visión de un grupo religioso judío, que guarda fielmente sus creencias desde hace siglos, sin caricaturizarlo ni despreciarlo automáticamente por el hecho de no compartir la visión del mundo del director.

Por eso Gitai crea una serie de personajes que, en su mutua relación, exponen las diferentes opciones para los individuos que viven al interior del grupo religioso, en este caso representado por los ortodoxos Hassidim. Depende de cada individuo, de su temperamento, de su carácter y vivencias, ajustarse o rebelarse a las normas religiosas del grupo. Pero el realizador no evade una postura personal... deja que los personajes lleguen a un final, y el resultado mismo de sus vidas ya implica su toma de posición: hay un mundo allá afuera.


Todos estos puntos se notan de inmediato desde la secuencia de los créditos. Meir, hijo del rabino y casado con Rivka, se despierta. De inmediato, lo primero que hace es cumplir con las primeras abluciones y, de acuerdo a lo dictado por la Torah se viste paso a paso puntualizando la acción con rezos precisos. Sólo cuando se ha terminado de vestir despierta a su mujer, a la que se ve que ama, y parte para cumplir con los primeros rezos.

Para quien no forma parte del grupo religioso que Gitai retrata, parte de la fascinación del film es asomarse a un mundo al cual normalmente no se tiene acceso. Y aunque de seguro no ha plasmado todos los detalles posibles, lo que presenta basta para sostener el interés y la curiosidad del espectador mientras se desarrolla la narración.

La historia gira básicamente alrededor de dos parejas que han crecido dentro del grupo ortodoxo: Meir y Rivka, Jacob y Malka.

Meir y Rivka viven bajo los mandatos religiosos y los cumplen fielmente en la medida de lo posible, pero no han tenido hijos en 10 años de matrimonio, por lo que la sombra de la esterilidad los acosa. La presión grupal (y de su padre el rabino) para que Meir se divorcie de su mujer por estéril es muy fuerte. Ambos se aman, y tratan de buscar una solución dentro de las normas religiosas en las que creen para evitar separarse.


Jacob y Malka pasan por otra fase. Jacob se ha salido del grupo y vive en la sociedad laica, pero eso no ha implicado el abandono de su religión y su creencia, sino sólo de la forma específica Hassidim de practicarla. Pero el costo es no tener ya contacto con miembros del grupo, cuestión que en momentos añora. El precio de la libertad individual es el desgarramiento del propio grupo social de referencia.

Malka quiere a Jacob, pero se entera que el rabino decidió casarla con otro hombre, Yossef, ortodoxo que es mano derecha del rabino y que destaca por su rigor al apegarse a las normas religiosas, al grado de contender con Meir en los detalles de su aplicación. Pero Malka se sujeta a la decisión y pasa por las ordenanzas previas del matrimonio.

Con este planteamiento, Gitai desarrolla escenas tipo, con diálogos precisos y en ocasiones muy humanos. En esas escenas se confrontan las posturas religiosas con las vivencias de los personajes. Se enfrenta lo que debe ser para un grupo con el ser real de cómo viven los individuos.


Una escena representativa de la interpretación de las normas religiosas dentro de un mismo grupo se da entre Yossef y Meir sobre la preparación del thé durante el Sabbath. Aunque están de acuerdo en el procedimiento general, discuten hasta en los más nimios detalles. Lo que se percibe de la conversación es que Yossef vive apegado a la letra de la Ley mientras que Meir entiende mejor su espíritu.

A lo largo de la discusión, Gitai muestra el ambiente de la escuela religiosa o Yeshiva, donde los miembros que acuden dedican su vida al estudio de la Torah. Allí matiza en los personajes las distintas actitudes internas del grupo: Meir es más humano, Yossef es más duro al cumplir los mandamientos.

Sin embargo, ni Meir ni Rivka se oponen a los ordenamientos sino que prefieren humanizarlos. Esto se ve en las escenas donde hacen el amor bajo las normas, o cuando Rivka se somete al proceso de purificación ordenado.

Amos Gitai.

Donde Gitai plantea una crítica al grupo religioso es cuando por boca del rabino expone los argumentos ortodoxos por los cuales los matrimonios deben tener hijos: "Gracias a los hijos nos pertenece el futuro. La tarea de las Hijas de Israel es tener hijos". Eso aumenta el peso del grupo en la sociedad, porque los que gobiernan el estado de Israel no procrean, por lo que su interpretación de la sociedad no se reproduce y perderá fuerza con el tiempo; fuerza que no quieren perder los ortodoxos.

El director Amos Gitai empieza a recurrir a la paradoja al confrontar el ambiente social ortodoxo con las realidades del mundo moderno exterior. Así, marca como el grupo religioso se queda atrás y sus miembros sufren las consecuencias.

Por ejemplo, Meir considera a Rivka estéril, la rechaza en la cama y termina por repudiarla y divorciarse. En cambio, Rivka acude con una doctora alópata actual que la somete a exámenes (hay que marcar que Rivka lo hace después de buscar una solución dentro de las normas del grupo ortodoxo y rezar en el Muro de los Lamentos). La paradoja es que, según la ciencia moderna, ella puede tener hijos y probablemente Meir es el estéril.

Otra gran paradoja que plantea Gitai en su película es más complicada e involucra a Malka y a su hermana Rivka. En una escena las hermanas comentan la noche de bodas de Rivka, que marca como Meir cumplió a detalle con oraciones y normas religiosas. Rivka da una idea final de aceptación: el encuentro resultó amoroso.


En la boda, los hombres celebran ruidosamente al novio Yossef, mientras que las mujeres con tristeza rodean a Malka. Basta con observar los rostros de los dos grupos en la misma celebración.

La paradoja sigue su desarrollo. Gitai pone en pantalla la noche de bodas de Malka y su primera relación. No se asemeja en nada a lo narrado por Rivka. La primera relación sexual Yossef - Malka es brusca, dura y carente de ternura. El espectador tiene que tomar nota de cómo la narra Gitai visualmente y en la puesta en escena de los actores, para contraponerla a otra relación posterior de Malka en el film. Porque esa otra escena es el encuentro sensual posterior entre Malka y Jacob. Tanto la puesta en escena como las imágenes que expone Amos Gitai denotan de inmediato amor, sensualidad, deseo y ternura en la pareja.

Se cierra así la paradoja de estos personajes, que permea toda la cinta. Por un lado, el apego a las normas sin su espíritu (que Gitai también implica que ha sido superado) destruye la intimidad y el espíritu del individuo. Por el otro, una sociedad que no abandona su religión (representada por Jacob) pero que la recrea con humanismo y libertad.

Así, los destinos finales de las hermanas Rivka y Malka marcan, según el director, el destino de un grupo ortodoxo y de la sociedad moderna en la que está inmerso. El primero enfrenta la extinción, aunque algunos de sus miembros sean muy humanos, porque los ordenamientos religiosos sofocan su existencia. La segunda busca evolucionar adaptando las normas sin abandonar la esencia de su religión.

Dentro de estas reflexiones, Gitai subraya y destaca en primer plano la situación de las mujeres. Son ellas, y no los hombres, las que encarnan más claramente las contradicciones y los daños a la persona. Este es un punto que la cinta expone con lucidez.

A pesar del ritmo lento y pausado del film, pocas películas exhiben en forma tan clara y contundente la tensión que existe entre Tradición Religiosa fundamentalista y Modernidad Laica permisiva, en un momento en que el mundo parece desgarrarse por la imposibilidad de conciliar ambas partes civilizadamente.

SAGRADO-KADOSH / KADOSH. Producción: Agay Hafakot, MP Productions, Shuki Friedman, Amos Gitaï, Michel Propper y Laurent Thiry. Dirección: Amos Gitaï. Guión: Eliette Abecassis y Amos Gitaï . Año: 1999. Edición: Mónica Coleman y Kobi Netanel . Música: Philippe Eidel y Louis Sclavis. Fotografía en color: Renato Berta. Con: Yoram Hattab (Meïr), Yael Abecassis (Rivka), Meital Barda (Malka), Uri Ran-Klausner (Yossef), Yussuf Abu-Warda (Rav Shimon), Lea Koenig (Elisheva), Sami Hori (Yaakov), Rikva Michaeli (ginecóloga), Samuel Calderón (tío Shmouel). Duración: 110 mins. Distribución: Arthaus.