07 enero 2016

Mi viejo Saigón

Francisco Peña.

Saigón impresionaba por su movimiento, sus calles atestadas de tráfico caótico, su ir y venir de gentes con un propósito real pero desconocido para el extranjero. Saigón es una ciudad que no existe ya, desapareció en la historia y sólo quedan jirones en el recuerdo.


Hace más de 40 años que Saigón dio el giro histórico que la convirtió en la actual Ho Chi Minh, llamada así en honor al líder político y guerrillero que combatió a japoneses, franceses y estadounidenses y dio forma al actual Vietnam. El 29 de abril de 1975 el mundo contempló la evacuación apresurada de la embajada de Estados Unidos ubicada en Saigón.


Las imágenes televisivas mostraban helicópteros en la azotea que despegaban cargados de refugiados como sandías volantes, multitud de sudvietnamitas arremolinados en su entrada que querían entrar. Imágenes finales de la guerra de Vietnam, cierre de la intervención norteamericana iniciada con el incidente del Golfo de Tonkín.

Se cumplieron 40 años de la entrada de tanques y blindados del ejército de Vietnam del Norte a Saigón, el 30 de abril de 1975. Ya no había ejército estadounidense, sólo efectivos militares de Vietnam del Sur. Las tropas de EU se habían retirado desde 1972 por órdenes de Richard M. Nixon y el ejército local sudvietnamita había peleado la larga derrota previsible durante tres años.


Hace más de cuarenta años desapareció para siempre el Saigón que conocí personalmente. Era uno de los destinos de la extinta línea aérea PAN AM, que en su vuelo 001 partía de Nueva York hacia Europa y Asia y cerraba su ciclo en Hong Kong. En agosto de 1969 desembarqué en Saigón en el vuelo que venía de Nueva Delhi, India.

PAN AM Flight Attendant in Saigon Airport - 1970.

Lo primero que me llamó la atención fue que el aeropuerto de Saigón era más militar que civil. En el recorrido de la pista hacia la terminal destacaban más los bunkers que alojaban aviones militares que las aeronaves civiles. Cuando el avión de PAN AM se estacionó, las escalerillas fueron rodeadas por ocho jeeps militares estadounidenses. Habían trincheras protegidas con sacos de arena. Fue mi primer contacto visual con los soldados de infantería estadounidenses, que vería retratados años después en la pantalla de cine.

Ya instalado en Saigón, de inmediato sentí en su arquitectura y en su gente las distintas fases de su historia. Las grandes avenidas comerciales, donde sobrevivían edificios y hoteles de la época colonial francesa, ya estaban invadidas por la publicidad de productos norteamericanos. Llamó mi atención el mosaico que formaba la gente: el sonido "cantadito" e incomprensible del lenguaje vietnamita; las líneas elegantes de las blusas y pantalones blancos de las vietnamitas, coronadas por su clásico sombrero cónico tejido de palma; el infernal ruido de los autos y motocicletas que competían en las calles con las bicicletas y las rikshas.



En Saigón la guerra se diluía un poco pero estaba presente. Ví patrullas militares armadas de sudvietnamitas y estadounidenses que recorrían las calles, más tensas que la población civil, "acostumbrada" a su deambular. Pero este ir y venir civil diurno tomaba otros rasgos diferentes en la noche.

Como buen adolescente de 16 años, curioso e inconsciente del peligro, quería correrme una aventura "exótica" en tierras lejanas, que resultó ser común y corriente. Me escapé del hotel para caminar por las calles y ver que pasaba... y pasó una riksha jalada por un hombre canoso de unos 60 años. En un inglés mordido y cojo (por ambas partes) medio entendí que en la profundidad de la noche estaba la promesa de una chica que sería complaciente por unos 30 dólares. Nada diferente de lo que hoy hacen chavos mexicanos y europeos que se van a jinetear a Cuba, ejecutivos japoneses que se divierten en la ciudad de la esperanza, o árabes con billete "acompañados" por rubias londinenses. Pero para mí, a esa edad, en ese 1969, era mi aventura "inesperada" y "única".


Montado en la riksha de inmediato me perdí por callejuelas que se alejaban de la zona turística y se acercaban al barrio del relajo, que media hora después supe que se llamaba Cholón. Era un enclave de economía negra en Saigón, regido por la minoría china. Más asustado que excitado, veía desde mi refugio móvil a los soldados gringos que iban a divertirse: ya medio borrachos, todo lo manejaban a gritos, desplantes y uno que otro sombrerazo: dueños de la zona mientras palmaran el billete verde a los que ofertaban servicios de todo tipo.

Cuando llegué a donde quería llegar me atendió la clásica viejita mama san. De entre la pasarela de chicas, todas chinas y no vietnamitas, regresé a mi hotel con Ainí, que tendría dieciocho años. Ya instalado en el preámbulo, sonó el teléfono y (hasta hoy no se de donde demonios lo sacaron) un hombre con fuerte acento asiático pero perfecto español gramatical me pidió mi chayo/dádiva para que la chica pudiera pasar la noche sin problemas hoteleros. El dinero lo recolectó un bell boy en la puerta del cuarto. El resto de la historia no difiere de lo que acontece cualquier madrugada sabatina en un hotel garage de Tlalpan o Alvaro Obregón.


Calmada mi hormona nocturna, al día siguiente pude observar dos corrientes subterráneas que convivían en Saigón. Por un lado estaban quienes "atendían" directamente la presencia estadounidense: comerciantes, taxistas, vendedores emparentados con la calle Figueroa en Los Angeles o el Eje Central en la ciudad de México. Pero, por otro lado, destacaban las personas que usaban la ropa tradicional. Mientras más tradicional el vestuario, menos hacían caso de los gringos. Con el mismo bullicio de los demás eran claramente indiferentes, no los veían a la cara y no comenzaban conversaciones. Era como si deambularan entre fantasmas de verde ubicados en la dimensión desconocida que no intervenían en su realidad.


Del Saigón de 1969 no queda nada. Ha sido recreado en películas estadounidenses dedicadas a la guerra de Vietnam. La visión urbana más alejada de lo que ocurría en Saigón aparece en Cara de Guerra / Full Metal Jacket, de Kubrick, más metida en la brutalidad humana que en el horror real de Vietnam. Un Cholón hiperrealista está en El francotirador / The deer hunter (Cimino). La ambientación más cercana al Saigón real durante la guerra está captada en Good morning, Vietnam, actuada por Robin Williams.


El cambio de mi viejo Saigón a Ho Chi Minh también está documentado en cine, por si lo quieren ver. A unas semanas de la caída de Saigón, el cubano Santiago Alvarez filmó Vietnam en el año del gato. Sus imágenes del cambio son impresionantes: la depredación de la ciudad por la presencia estadounidense: por todas partes hay montones de basura, objetos abandonados a la carrera. Destaca la decadencia de las instalaciones militares del aeropuerto, que yo ví en pleno apogeo. Bunkers derruidos, aviones destrozados, símbolos del poderío militar derrotado.

Pero Saigón renace y, con su nuevo nombre, sigue adelante con su historia. De una manera humana se convierte en el escenario de Tres estaciones / Three Seasons, de Tony Bui. Allí están las callejuelas que recorrí pero el ambiente es muy distinto. El ritmo es más lento y es evidente que la posibilidad de convivencia aumentó. El giro económico hacia Occidente que marcó China también afectó a Vietnam. Allí siguen presentes en las avenidas principales los anuncios luminosos de empresas extranjeras, pero ninguno es estadounidense: todos son japoneses, coreanos o europeos.


Saigón, hoy Ho Chi Minh, tiene nueva historia que, quizás, muestra con mayor facilidad sus raíces más antiguas, las que sobrevivieron el coloniaje francés, japonés y estadounidense. Y sí, quisiera volver a Saigón para conocer su nuevo rostro donde ya no está Ainí.