12 diciembre 2016

Hombre que no estuvo, El / The man who wasn’t there, de Joel Coen

Francisco Peña.



Decirles las cosas
Para las que
No tienen palabras aquí
El personaje de Ed Crane


El hombre que no estuvo / The man who wasn’t there, de Joel Coen, se presenta como un giro interesante en la filmografía de los hermanos Joel y Ethan Coen que explora nuevos intereses, realiza homenajes y quiere decir nuevas cosas.

Muchos de los espectadores que han seguido la carrera de estos cineastas han gozado de su humor negro, de su desenfado. Han aplaudido su absurdo de tintes cómicos desde Barton Fink hasta Where art thou, brother?



Pero esos cinéfilos deben frenar sus expectativas humorísticas para gozar de la excelente El hombre que no estuvo.

Los Coen son fieles a su estilo de narración cinematográfica, pero en esta película en especial se sienten más reflexivos sobre sus temas y su estilo de realización. El humor está más atenuado, el absurdo es más intelectual y el enfoque a los personajes tiene variaciones interesantes. Todo acompañado por una capacidad técnica deslumbrante, encarnada en primera instancia en la fotografía, que en esta ocasión es en blanco y negro.


También hay un giro narrativo sobre el personaje central.

Mientras Barton Fink sufría el absurdo del mundo, se rebelaba, actuaba y luchaba por seguir adelante; mientras Ulises – Everett Ulysses McGill (George Clooney) corría sus aventuras para llegar a los brazos de su esposa Penny – Penélope (Holly Hunter), ahora el pasivo Ed Crane (Billy Bob Thornton) ocupa la pantalla.


Ed Crane es un peluquero que casi no habla, de sentimientos contenidos, opaco pero humano. Ed Crane sufre también el absurdo en que los hermanos Coen colocan a sus personajes, pero sus reacción ante los hechos es distinta: es pasivo, no se rebela, acepta lo que le ocurre. De esta forma, los realizadores investigan nuevas facetas en la manera de “soportar la vida” que permea su filmografía.


Todavía están presentes las situaciones paradójicas, los momentos de humor negro, las equivocaciones, las injusticias, la lógica al revés que es sello de los cineastas; pero ahora están al servicio de un personaje al cual “mientras más se le observa, menos se le entiende”.

Crane se ve envuelto en la estafa de una estafa de una estafa. El vival Creighton Tolliver lo entusiasma en un negocio fantasma que le cuesta a Crane diez mil dólares, el convertirse en el asesino de Dave -amante de su mujer-, el que su mujer Doris sea falsamente acusada de la muerte, el enamorarse platónicamente de la pianista adolescente Birdy y vivir otras situaciones absurdas.


La historia que entrega Joel Coen parece ser muy semejante en estructura a otras que ha plasmado con anterior en pantalla. Pero dos cosas distinguen esta cinta en su filmografía.

La primera es el mismo Crane, quien se desarrolla en pantalla gracias al uso del monólogo interior – voz en off. Carece de palabras frente a las personas que lo rodean, pero sostiene un intenso diálogo consigo mismo (y con el espectador).


Este hombre que no habla (pero del cual escuchamos mucho) es el medio de Joel Coen para crear una crítica sútil y devastadora sobre los mitos, usos y costumbres de la clase media estadounidense, empantanada en las apariencias y en las conductas ocultas. Ni la ley escapa a la incoherencia entre lo que se quiere, se hace, se entiende y se cree.

Ed Crane atraviesa por todas las situaciones que lo afectan pero que él no modifica. Es sólo su primera decisión inicial la que afecta todo el desarrollo de la historia, pero de ahí en adelante es llevado por los acontecimientos. Sus pocas iniciativas posteriores se estrellan en la incredulidad: su presencia no se nota. Es como un fantasma al que nadie ve pero el único que percibe como son las cosas, sólo que no puede verbalizarlas más que a su interior.


Alrededor de ese personaje central, absurdo en un universo absurdo, gira un estilo cinematográfico deslumbrante.

Así, la segunda cosa que distingue esta cinta es su sorprendente realización cinematográfica.
Para empezar, la selección de la fotografía en blanco y negro resulta un acierto. Por un lado desprende al espectador del naturalismo del color y lo obliga a fijarse en ese “mundo extraño”, cuya superficie parece reflejar lo cotidiano pero que esconde un absurdo corrosivo expresado en crímenes paradójicos.

En ese sentido, la cinta de Joel Coen retoma las líneas estilísticas y argumentales del género cinematográfico del film noir o cine negro de los años 50, al cual rinde un delicioso homenaje. Esa fotografía, de altos contrastes de noche y riqueza de grises de día, esas vueltas de tuerca narrativas entre personajes, son llevadas al extremo.


Como contrapunto de la imagen están los diálogos. Frente a la aparente relación verbal de los personajes y el silencio de Ed, se construye un manejo del lenguaje que devela la incapacidad para expresarse, para penetrar en la realidad. A mayor número de palabras = mayor incomprensión de lo que sucede; a mayor silencio = mayor percepción de lo que ocurre.

El espectador se da cuenta de que el absurdo mayor que devela la película es que todo es al revés, como en un espejo. La imagen es verosímil pero está invertida. En apariencia todo es perfecto, se toca la nota musical exacta pero no se siente la pasión, pues en realidad nada es como parece ser. El silencioso y pasivo Ed Crane es el vehículo narrativo de ese descubrimiento y de la ácida crítica que se desprende del mismo.

El hombre que no estuvo hace evidente ante el espectador la terrible lógica del absurdo cotidiano. Lo logra donde Ed Crane no puede: “Decirles las cosas para las que no tienen palabras aquí”… pero sí imágenes cinematográficas.