29 diciembre 2016

Lista de espera, de Juan Carlos Tabío

Francisco Peña.


Cuba regresa a la Muestra Internacional de Cine con la película Lista de espera, de Juan Carlos Tabío, basada en el texto homónimo de Arturo Arango y con la colaboración de Senel Paz en el guión.

A partir de la reunión de distintos personajes en una terminal de autobuses, que esperan transporte para La Habana o Santiago, Tabío construye una anécdota que se convierte en una alegoría de situaciones por las que atraviesa el pueblo cubano.



Los personajes en la terminal oscilan entre el estereotipo y la veracidad, y a pesar de un guión que se va aflojando, algunos de ellos terminan por ser verosímiles gracias al trabajo actoral y la vitalidad cubana que permea toda la cinta a pesar de sus errores o carencias fílmicas.

En la espera interminable por un transporte Tabío ubica personajes definidos más por su función narrativa que por su personalidad; esto con la finalidad de que los más complejos muestren un poco de su interioridad y establezcan un juego creíble en pantalla de sus relaciones humanas.


Entre los personajes estereotipo está el burócrata, opuesto al esfuerzo comunitario para no involucrarse en alguna falta administrativa; el hombre del mercado negro, que retiene carne enlatada y leche para su propio beneficio; la mujer religiosa, incapaz de ver la realidad y que todo lo adjudica a la intervención divina; el español que regresa a su patria; el inversionista español que se lleva al exterior a la bella cubana.

Los personajes centrales que reciben este apoyo narrativo son el ingeniero Emilio (Vladimir Cruz), el ciego Rolando (Jorge Perugorria), la hermosa Jacqueline (Thaimi Alvariño) y el administrador de la terminal. Todos mostrarán una mayor complejidad dentro de una trama con tintes de comedia absurda que, por estructuración del libreto, va decayendo en intensidad conforme avanza la cinta.

La historia, como han aceptado el autor del cuento Arturo Arango y el director Tabío, tiene dos fuentes de inspiración: una es el cuento La autopista del sur, de Córtazar, y la otra es la película El ángel exterminador, de Buñuel. Pero sólo son un punto de arranque para zambullirse en una alegoría salpicada de detalles cotidianos reales, que sumados se podrían antojar como absurdos… pero que no lo son.

La larga espera de un autobús (la guagua) lleva a los personajes a mostrar fragmentos de la interrelación social y personal. Cuando el administrador falla en la compostura del único transporte disponible, varios personajes dejan la escena y la trama se concentra en unos pocos que toman la iniciativa de componer el autobús sin esperar la ayuda oficial.

Empieza a destacar allí el personaje más interesante de la cinta, el ciego Rolando, interpretado por Jorge Perugorria, quien se encarga de buscar la solución al problema. Este “pícaro de buen corazón” tiene una diferencia con el hombre del mercado negro: es capaz de ser solidario al ser aceptado por toda la comunidad.

Ante el problema del transporte, alegoría del deterioro cotidiano de todas las cosas y de la calidad de vida (bebederos, camiones, colas, falta de comida), surge la respuesta social “espontánea”. Ya no importa tanto la explicación de donde surge el deterioro (el bloqueo, los rusos, los americanos, los checos) sino mostrar cómo surge la mutua ayuda.


El mensaje de la cinta se hace evidente por lo que la espontaneidad del arranque de la cinta se va perdiendo: la respuesta a los problemas es la iniciativa de la comunidad, que divide el trabajo para bien de todos.

Durante las noches y los días en que se espera el transporte la gente se conoce, intima, se organiza. Tabío salpica la situación con detalles humanos y de humor que enriquecen la atmósfera general de la cinta. No hay pretensiones que vayan más allá de mostrar la mejoría de las relaciones humanas al tomar una actitud solidaria ante los problemas.

Pero en medio de esta historia hay un grave error por omisión: la comunidad mostrada en la cinta mantiene las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres en cuanto a las tareas a desempeñar: los hombres hacen el trabajo pesado e intelectual, las mujeres atienden a los niños y manejan la terminal como si fuera una casa. Ni siquiera Jacqueline, el personaje femenino central, escapa a esta división tradicional.



A partir de este punto la cinta decae. Las situaciones en que se ven envueltos los personajes se tornan repetitivas, lo que resta fuerza a la película. Aun la trama principal del amor entre Jacqueline y Emilio borda una y otra vez sobre las dudas de la mujer y la inseguridad del ingeniero. Lo mismo pasa con los personajes de las otras subtramas: la pareja que se reencuentra en sus recuerdos, el administrador solitario que se liga una y otra vez a la viuda, la pareja de homosexuales…

Se trata de una falla grave en la estructura del guión, que se pierde en variaciones irrelevantes de las mismas situaciones, que no hacen avanzar la anécdota ni tampoco aportan profundidad a los personajes, quizás porque lo importante era plasmar el mensaje social. Pero la falta de nuevos giros en la historia afecta también la efectividad de la alegoría comunitaria.

El único personaje que avanza con luces y sombras es Rolando el pícaro, cuyo delicioso remate se da en la cena de las langostas y en el baile posterior entre todos. Pero su presencia no basta para salvar el bache de ritmo e interés en el que cae Lista de espera.


Además, hay que sumar errores de dirección que no se pudieron salvar ni en la mesa de edición. Por ejemplo, hacia el final de la cinta hay una conversación entre Jacqueline y su novio español en la camioneta de este último (los extranjeros tienen recursos, ellos no conocen el deterioro).

En esta escena se nota que Tabío rodó primero toda la secuencia con la cámara emplazada viendo al novio español; luego movió la cámara para filmar a Jacqueline (Thaimi Alvariño) y repitió la escena para tener campo – contracampo para editar el diálogo. En la toma del novio Thaimi Alvariño tiene una actitud seca; en cambio, en su propia toma está llorando: errores de dirección y de continuidad cuando menos, que afectan la atmósfera de toda la escena.


En la última parte de la película Tabío alarga demasiado su “final final”, en otra falla de economía del relato en el guión y la edición. Esto resta contundencia al punto más atractivo de la cinta: todas las situaciones vividas por los personajes son un sueño compartido, un sueño comunitario. La realidad no se modificó pero el sueño general si los cambió a ellos.

El film desperdicia dos posibilidades narrativas que pudieron desprenderse de su detalle más rico: ver la diferencia sueño – realidad en los destinos alternos de sus personajes, o mostrar como el sueño común pudo cimentar una mayor solidaridad en el “mundo real”.

Tabío escoge una solución intermedia que no profundiza en ninguna de las dos vertientes. El “final final” es flojo y se extiende innecesariamente. El mensaje positivo se diluye.

¿Pero qué es lo que hace que el espectador se quede sentado viendo el film a pesar de sus fallas?

Algo que empapa toda la cinta: la vitalidad del pueblo de Cuba que, por encima del dolor de las vicisitudes históricas, sabe que la vida es una fiesta.

Lista de Espera. Producción: DMVB Films, ICAIC, Le Studio Canal +, Producciones Amaranta, Road Movies Filmproduktion, Tabasco Films, Tornasol Films, Mariela Besuievski, Ignacio Cobo. Dirección: Juan Carlos Tabío. Guión: Juan Carlos Tabío, Senel Paz y Arturo Arango, basado en cuento homónimo del tercero. Año: 1999. Fotografía en color: Hans Burman. Música: José María Vitier. Edición: Carmen Frías. Intérpretes: Vladimir Cruz (Emilio), Thaimi Alvariño (Jacqueline), Jorge Perugorria (Rolando, el ciego). Duración: 115 minutos. Distribución: Latina.