19 febrero 2017

Amor en los tiempos del odio, El / Musíme si pomáhat / Divided we fall, de Jan Hrebejk

Francisco Peña.


La situación de la población civil y los judíos escondidos en los países ocupados por la Alemania nazi ha sido un tema recurrente del cine de Europa, especialmente la del Este.

La mayoría de las cintas se ha dedicado al Holocausto, pero también se ha dedicado tiempo de pantalla a las relaciones entre las comunidades judías y los habitantes de los países ocupados. Dicha relación se ha enfocado desde distintos ángulos, y en la mayoría de los casos con muy buena calidad.

Dentro de esta corriente temática destacan las producciones polacas, italianas y francesas. Entre varios ejemplos se puede recordar cintas como:

Paisaje después de la batalla, de Andrzej Wajda (POL)
Miércoles de ceniza, de Andrzej Wajda (POL)
Cosecha amarga / Un amor en Alemania, de Andrzej Wajda (ALE-POL)
Donde no hay compasión, hay cobardía, de Andreas Gruber (AUS-ALE)
Europa, Europa, de Agnieszka Holland (POL)
Concorrenza sleale, de Ettore Scola (ITA)
El jardín de los Finzi – Contini, de De Sica (ITA)
Monsieur Klein, de Joseph Losey (FRA)
Lacombe Lucien, de Louis Malle (FRA)
Au revoir les enfants, de Louis Malle (FRA)

Toca ahora el turno de abordar el a una producción checa: El amor en tiempos de odio, de Jan Hrebejk.



No en balde la cinta está filmada en la patria de Franz Kafka, y los mejores detalles vienen de su manejo del absurdo cotidiano, de las vueltas de tuerca en la historia. Por desgracia, frente a las películas ya mencionadas que son sus parientes temáticas, la película de Hrebrejk palidece y termina por decepcionar. Luego de verla queda un sabor de insatisfacción frente a la oportunidad perdida.

La anécdota parte de un matrimonio sin hijos. Josef Cizek y Marie Cizková son una pareja normal que busca salvar su amor a pesar de las pruebas impuestas por la ocupación nazi del territorio checo.


A su alrededor fluyen personajes reconocibles como el judío fugado, el colaboracionista checo, el vecino delator, el jefe nazi. La presencia de estos personajes amenaza continuamente la felicidad conyugal y lleva a los protagonistas principales a buscar las soluciones más extravagantes para sobrevivir y seguir juntos.

Por eso el título de El amor en tiempos de odio.

A partir del planteamiento, se hilan algunas secuencias cinematográficas muy buenas, e ideas planteadas interesantes. ¿Cuál es, entonces, el defecto que va hundiendo a la cinta en la medianía de la mediocridad?

Que el guión no se atreve a llegar a sus últimas consecuencias porque la finalidad de todo el argumento es una metáfora sobre la sociedad checa. Divididos caemos, unidos permanecemos (frente al proceso de integración a la Unión Europea, donde las divisiones políticas deben dejarse de lado). Dicha metáfora adquiere un carácter melodramático y no trágico.

Las partes absurdas (no en vano Kafka) son las mejores.

Josef es un antinazi que termina por ser considerado un firme colaboracionista y amigo de las SS, a pesar de proteger en su casa a un judío fugado.


Marie, a pesar de ser fiel, tiene que concebir a su primer hijo gracias al “favor” pedido a otro hombre. Josef no sólo tiene que aceptar este hecho, sino pedirle a David –el joven judío alojado en su casa- que se esfuerze por embarazar a su mujer. En el proceso, Marie rechaza las proposiciones amorosas del colaboracionista Prohalska

Un vecino niega alojamiento a David e incluso intenta denunciarlo a los nazis, pero termina por ser el hombre de confianza de la resistencia checa ante el comandante soviético.

Horst Prohalska es un verdadero colaboracionista. Trata de seducir a Marie, sospecha la presencia de un judío en casa de Josef, y termina usando a David como excusa para salvarse del paredón soviético.


Los personajes contradictorios que comienzan de una manera y terminan de otra fue una idea atractiva, que pudo combinarse en una gran variedad de situaciones trágicas e inclusive cómicas, que mostraran la humanidad de los personajes en gama de grises. Ni malos malos, ni buenos buenos.

Y de hecho, algunas secuencias llegan a combinar ese absurdo frente a las situaciones políticas, en donde la gente común no tiene el control de la situación y busca adaptarse para sobrevivir. Pero Hrebejk desperdicia su propia idea en el guión y no le saca jugo. Las situaciones ya planteadas tienen a repetirse una y otra vez por lo que los personajes se desdibujan desde la mitad del film hasta su final. Tampoco parece decidirse por el tono de su cinta, y entre bandazos melodramáticos, trágicos y semicómicos se va ahogando en la indefinición porque los distintos tonos se anulan entre sí.

Lo que le faltó frente a sus parientes cinematográficas de más prestigio fue un tono central para contar la historia, y a partir de él colgar el resto de los elementos. Lo mismo ocurre con el tema central, que se proyecta desde ese momento histórico al presente como una metáfora de la República Checa que busca unirse a la Comunidad Europea.



Todo aflora en el remate anticlimático del film.

Josef y Marie han pasado por “todo” para sobrevivir, y terminan llorando porque han salvado su amor rodeados por todos los personajes secundarios que han “mutado” políticamente hacia el Centro. Ninguno de los extremos políticos están presentes, y todos se reúnen en santa paz alrededor del niño. Claro, sin hacer a un lado la asociación cristiana de la escena final: todos los pecados políticos son perdonados en la nueva Europa (menos los extremos de derecha o izquierda, no hay lugar para los pecadores ultra).

Aun esta idea valdría la pena si la forma cinematográfica fuera la adecuada a lo largo del film. Pero entre el realismo del miedo a la persecución nazi de Josef, a la tragicomedia del “chistoso” Prohalska que hace la broma al tocar la puesta que es la Gestapo, pasando por la angelicalidad de Marie y el desconcierto de David, el film da tantos bandazos que se desdibuja.


No se desarrolla el absurdo, ni el miedo, ni la felicidad, ni la ocupación, ni el terror. Entonces el final llega sin estar anclado en ninguno de los desarrollos marcados por la cinta. Por eso no tiene contundencia ni fuerza. Se pierde en la asepsia, en la limpieza política y se vuelve blandengue. Divididos los personajes se tendría un buen film; unidos se tiene una película mediocre, pero que tiene un buen mercado en la aséptica Europa de hoy.

El amor en los tiempos de odio flaquea porque no vemos la interrelación concreta entre un odio amenazante y un amor que pugna por sobrevivir. Lo que vemos es el amor en los tiempos del Euro.