26 marzo 2017

Lost killers, de Dito Tsintsadze

Francisco Peña.



Lost Killers, la cinta alemana que se presentó en la XXXVII Muestra Internacional de Cine se enfoca a ver la vida de los inmigrantes en ese país.

Pero a pesar de unos buenos momentos de humor negro y absurdo, lo que se percibe son situaciones repetitivas que empobrecen la película y la dirigen irremisiblemente al aburrimiento.



Otras cintas, con y sin humor, han presentado la situación social de Alemania tanto en lo que se refiere a los ciudadanos nacidos en ese país como sus inmigrantes ilegales. Un ejemplo es Las leyendas de Rita, de Schlöndorff en la XXXVI Muestra, e Iluminación de Fondo, de Helga Reidemeister en el XX Foro de la Cineteca.

Pero Lost Killers carece de la profundidad de las películas mencionadas y de una realización que sostenga su tesis. Lo único que se saca en claro es que la jodidez también se ha globalizado en su mezcla de nacionalidades.

En la ciudad de Mannheim, el director georgiano Tsintsadze reúne a dos asesinos amateurs: un croata y un georgiano (¡claro!). Los relaciona también con dos prostitutas: una vietnamita y una portuguesa. A esa comunidad le añade a un bongosero haitiano, que quiere vender uno de sus riñones para irse a Australia.


El cineasta ubica a sus personajes en la marginalidad pero nunca muestra sus causas. Todo es un acontecer donde la explotación sexual de las prostitutas, la situación económica, la venta de órganos (riñón) para obtener dinero, solamente tienen como objetivo emigrar a otra parte (Australia) a perseguir el sueño de la utopía.

Tsintsadze quiere aislar tanto, pero tanto, tanto tanto a sus personajes y sumirlos en la marginación que en toda la película JAMÁS interactúan con un personaje nacido en Alemania. Vamos, hasta la víctima que los asesinos quieren eliminar es un ruso. Claro, también los que manejan la industria chafa del sexo y la prostitución son otros inmigrantes, y la tienen a disposición de otros inmigrantes.


No hay pues ninguna interrelación entre sus personajes y el país en el que viven. Lo mismo podría ocurrir en cualquier parte de Europa, o cualquier país que reciba oleadas de inmigrantes. El escenario social en donde ocurren las cosas no tiene mayor importancia ni afecta en nada el desmadre personal de los personajes.

Por ende, debemos suponer que su enfoque va más bien al humor negro y la crítica de la globalización de la jodidez. Tsintsadze no muestra al respecto nada nuevo. Todos tienen un sueño y una historia. Al juntarse se desatan las borracheras donde salen los nacionalismos exacerbados: Georgia sobre Croacia, peregrinajes en Vietnam, incestos en Portugal, o sea en ninguna parte. El personaje mejor dibujado es el que menos habla de su propia nación: el haitiano.

La mezcla de humor negro sólo funciona cuando los personajes muestran un poco su psicología y sus deseos. Pero cuando el director va más allá en la búsqueda del absurdo entre los cinco personajes se pone a tejer una historia en el vacio, en la nada cinematográfica.


Las situaciones se repiten una y otra vez sin aportar más a la historia. Se cae en el regodeo del absurdo pero el espectador no conoce un dato más de los personajes. Por ende, lo que ocurre entre ellos deja de ser novedoso y el aburrimiento se apodera de la pantalla.

Si a esta historia, que va empequeñeciéndose conforme avanza, se le añade una factura cinematográfica caótica, el resultado es una mala película. La cámara en mano, las escenas editadas a corte directos, la puesta en escena, se conjugan para intentar un estilo cinematográfico que se quiere libre y desparpajado; pero en el fondo no innova nada.

Hemos visto en pantalla películas que han recurrido a esa forma de hacer cine, que si han funcionado ante el público porque logran fusionarse con una historia coherente.


Pero Lost Killers se pierde irremisiblemente. Es tan fallida como los intentos de los asesinos por matar al ruso, y en momentos tan cobarde estilísticamente como el georgiano que vomita o se siente mal del estómago cuando intenta volverse asesino.

No bastan las escenas sexuales que culminan en la teatralidad, ni el rolling gag de brindar por la salud de la madre del croata Branco y que ésta se pare a caminar luego del brindis, para salvar la cinta.

La idea con la que sale el espectador después de ver Lost Killers es que, ciertamente la jodidez se ha globalizado; pero el mal cine también.

LOST KILLERS. Producción: Home Run Pictures, Rommel Film, MFG Baden – Wurttemberg, BKM, Filmboard Berlin – Brandenberg, ZDF/Arte, Peter Rommel. Dirección: Dito Tsintsadze. Año: 2000. Fotografía en color: Benedict Neuenfels. Música: Dito Tsintsadze, Miriam, Udo Schöbel, Adrien Sherwood y Skip McDonald. Edición: Stephan Krumbiegel. Intérpretes: Nicole Seelig (Lan), Misel Maticevic (Branco), Lasha Bakradze (Merab), Franca Kastein Ferreira Alves (María), Dito Tsintsadze (Dusica, la madre). Duración: 97 minutos. Distribución: Latina.