29 diciembre 2017

Otilia Rauda, de Dana Rotberg

Francisco Peña.


Otilia Rauda, de Dana Rotberg, comparte como película varios rasgos definitivos con su personaje principal:

1. De lejos se ve muy bien, pero ya de cerca espanta

2. Termina por ser estéril en pantalla

3. Quiere imponer su modo de ser fílmico y termina solitaria sin público

4. Está enamorada de un estilo de cine frío, aburrido, lento, nada sensual, que no le interesa lo que sucede a su alrededor y que termina muerto en pantalla

La cinta se enfoca a un solo personaje, alrededor del cual gira todo lo demás como algo secundario: hombres, mujeres, amores, soledades, desiertos, fotografía, edición. La apuesta sobre un solo eje es riesgosa y Otilia Rauda la pierde en pantalla.

El argumento se clava sólo en Otilia (representada por la eficiente y bella actriz Gabriela Canudas). Hija de familia, de hermoso cuerpo, es rechazada por todos debido a una mancha muy marcada en el rostro. Ante el rechazo general, el padre opta por casarla con Isidro, el jefe de policía del pueblo.



Isidro la infecta con una “enfermedad de putas” que la vuelve estéril. Otilia se venga negándose a tener relaciones sexuales con él, pero permitiéndoselas a muchos de los hombres del pueblo por puro gusto.

Esa Otilia fría, que hace gala de su propia sexualidad, termina por enamorarse de un ladrón llamado Rubén Lazcano. Le salva la vida cuando está herido, lo cura, lo cuida, le facilita la huida cuando es perseguido. Lo ama irremediablemente con un “amor loco” que no muestra una pasión corporal sino fría y mental.

En ese sentido, el argumento quiere mostrar la inevitabilidad de los mecanismos del destino, en una forma semejante a la tragedia griega. De hecho, termina como tal, con todos los personajes destruidos.

A lo largo de este camino narrativo, Dana Rotberg pretende darnos un retrato de la femineidad consumida por la pasión, que en su accionar se vuelve independiente, dueña de su sexualidad, señora de su deseo; pero perdida cuando se deja arrastrar por un amor sin futuro al que, sin embargo, pretende controlar en su desarrollo.

Hasta el momento, nos hemos concentrado en la historia y en los supuestos objetivos de la realizadora.

Por desgracia, en el momento de la verdad en la pantalla, Otilia Rauda no funciona como film. En ese sentido es estéril, como su protagonista.



1.- De lejos se ve bien, de cerca espanta

El inicio de la cinta parece prometedor, con una historia ubicada en el México rural de la década de los años 20. Las escenas en su casa y la fiesta en el pueblo prometen un desarrollo dramático intenso.

Pero conforme avanza la cinta y se observa en su desarrollo narrativo aparece la fealdad. Las escenas son de baja intensidad, repetitivas en ambientes y situaciones. Los personajes se quedan estancados sin mostrar variaciones o crecimiento significativos. Tanto va el cántaro fílmico al agua que termina por romper la paciencia del espectador, que languidece en la butaca de aburrimiento.

La falta de variación hace que los logros iniciales de la cinta comiencen a descascararse como una pared, y a mostrar su fealdad intrínseca ante los ojos de un espectador, al cual ignora como sujeto último de la comunicación cinematográfica. La película parece ubicarse en un universo fílmico propio, como si estuviera frente a un espejo negando su propia fealdad, e ignorando la presencia de quienes la ven en pantalla.


2.- La cinta termina por ser estéril en pantalla

Muy pronto quedan fijas las relaciones de los personajes. Otilia deambula entre ellos mostrando su supuesta autonomía existencial y sexual sin resultados aparentes porque no tiene juego dramático con nada de lo que la rodea.

Desde el inicio a Otilia se le ha planteado de esta forma y no se profundiza ni en su vida, ni en sus emociones, ni en su femineidad, ni en su sexualidad porque NO tiene antagonistas ni atraviesa por situaciones que la obliguen a mostrar más matices de su psicología.

Al colocarla en un universo cerrado donde todo queda claro desde el inicio, Otilia pierde todo impacto. Su personaje no sólo es estéril en la cinta sino dramáticamente. Su vida no mueve ni conmueve. De allí que se resienta que el personaje no “crezca” en la película.

Posibilidades narrativas - fílmicas habían y muchas, como lo muestra la única escena valiosa del film:

Ante el rechazo público del pueblo Otilia se hace “amiga” de la dueña del burdel del pueblo. En una recepción por el cumpleaños de su “amiga” donde todos la esquivan (incluidos sus amantes fortuitos), Otilia decide ser “la mujer más bella” tal y como se lo aconsejó su esposo Isidro. Llama la atención de todos los presentes cuando baja totalmente desnuda por la escalera del burdel… pero lleva la cabeza cubierta por una canastilla de mimbre con dos agujeros para los ojos.


Este es el único oasis en el desierto.

El resto de la película es estéril como Otilia, tanto argumental como cinematográficamente. En ningún momento la cinta pone vida y creatividad en pantalla. No hay cambios en los enfrentamientos entre personajes, no hay melodrama, no hay propuesta fílmica. La esterilidad se alarga durante toda la duración del film.

3.- La cinta quiere imponer su modo de ser fílmico y termina sin público.

Esta es la parte donde la realización se encarga de destruir todos los posibles puentes para comunicarse con sus espectadores.

Si las situaciones dramáticas se repiten sin variaciones significativas, la puesta de escena cae en el mismo vicio de la repetición.

El primer punto que brinca es el manejo torpe de los diálogos, del que se desprenden perlas como:

- ¡Dios me está castigando porque no quiero a mi marido

- Isidro me pegó una porquería y me dejó estéril. Ustedes a mí no me vuelven a ver

- Aunque vengan muchos, a ninguno de esos quiere de verdad

- Si aceptas, me coges una sola vez



- ISIDRO: ¿Hasta cuándo me vas a hacer pagar Otilia

- OTILIA: Hasta que te mueras, todos los días

Este tipo de diálogos, que se quieren cortantes y definitivos, contundentes por ser simplemente parcos, no dilucidan lo que ocurre y las reacciones de los personajes. Más que hacer avanzar la trama la estancan. Es uno de los mecanismos para volver estéril a la película.

En la puesta en escena las cosas se complican aun más.

A pesar de las buenas actuaciones de Gabriela Canudas (Otilia), Alvaro Guerrero (Isidro) y Ana Ofelia Murguía (Genoveva), los personajes les quedan chicos frente a su capacidad actoral.

Además la puesta en escena, especialmente en las escenas eróticas, es de una frialdad evidente.

El hecho de que Otilia tome siempre la iniciativa y controle a sus parejas choca con la sequedad de todo lo que la rodea. En ese sentido, Gabriela Canudas está por encima de lo que se le marca en escena. Sin embargo los movimientos, que son responsabilidad de la realizadora al marcarlos o aceptarlos durante el rodaje, son parcos y desapasionados.


El resultado es que la independencia sexual del personaje de Otilia se siente artificial.

Libertad sexual la tiene en el papel pero su ejecución en pantalla parece contradecir la idea. Movimientos, actitudes, manejo de cámara, iluminación, frialdad en los otros actores, constriñen a Otilia como personaje. El ámbito de la puesta en escena asfixia la pasión femenina al ser plasmada unidimensionalmente. Una de las mejores intenciones del film fracasa por su realización.

Por otro lado está el trabajo de la fotografía, que se quiere original por su manejo continuo de los ocres desde el café obscuro a los amarillos apagados. Este trabajo estético es muy válido.

Pero el terminado ocre de la cinta choca contra algo artificial que se impone a fuerza al ojo del espectador: la iluminación.

En todos los interiores de la película la iluminación se siente artificial y estorba la visión. Hay un exceso de luz por todas partes, aun en las escenas intimas o de noche.


Esta luz no tiene una proveniencia natural porque no hay fuentes de luz marcadas en la puesta en escena. Así, conversaciones, fajes, acostones, dudas y soledades se iluminan igual: una luz cenital muy fuerte al centro del cuadro, con sus clásicos rellenos de back y fill, que en ocasiones se estrellan con la luz principal porque son casi de la misma intensidad deslumbradora.

En momentos, la luz de la escena interior choca con la poca luz natural –gris y azul- que proviene del exterior por ventana y puertas. La diferencia es notoria y hace conciente al espectador de la artificialidad de toda la imagen cinematográfica, lo que atenta contra la película misma.

Cuando el conjunto de elementos cinematográficos llamado Otilia Rauda busca ser aceptado bajo la premisa de “Pinche, pero parejo” no queda más que protestar. Este tipo de cine no sólo es estéril sino que nació muerto.

El resultado es que la película ahuyenta a su público porque desde el inicio éste no fue tomado en cuenta. Las características de la cinta la convierten en un monólogo de los realizadores; el público o lo aceptar sin chistar o abandona la sala. Otilia se queda sola como la Otilia en la historia.



4.- Enamoramiento por un cine frío, de tiempos muertos, fallecido en pantalla

El problema de Dana Rotberg y cineastas afines es que están enamorados (como Otilia de Rubén Lazcano) de cine envejecido, de tiempos muertos que si están muertos, y que corta el diálogo con el espectador.

Es un tipo de cine vuelto sobre sí mismo, sostenido por una concepción estética egoísta. Se basa en una idea implícita de que el estilo del realizador “es como es”, y si el público lo acepta o lo detesta no importa.

El hecho es “expresarse libremente y sin trabas creativas”, pero el problema es que las características de este cine chocan contra su esencia: el movimiento como manifestación de vida.

Entonces se enamoran de las tomas largas donde no ocurre nada pero tampoco se observa nada, de pocos diálogos pero se enroscan en la insignificancia, de guiones mal construidos donde no pasa nada porque en la “vida real” tampoco para ellos pasa nada, de ideas programáticas que quieren convertir en símbolos universales pero que no las encarnan en personajes concretos, en actuaciones en donde obligan a los actores a actuar como sonámbulos, etc.

Es un cine al que ellos llaman lleno de “rigor” cinematográfico, pero que es tan frío y alejado de la vida que más bien es de “rigor mortis”.

En síntesis, se enamoran de un cine encerrado en/y contra sí mismo y contra su público. Aman los “tiempos muertos” sin entender su mecánica creativa interna y en verdad los dejan morir solos.



Todo lo contrario de lo que sucede, por ejemplo, en Del olvido al no me acuerdo, de Juan Carlos Rulfo. Cinta donde se usan en apariencia muchos recursos “semejantes” a los usados en Otilia Rauda; pero cuyo resultado es una película poética, nostálgica y ligada a la vida por el recuerdo.

Así, mientras Dana Rotberg no se de cuenta de que está enamorada de un tipo de cine equivocado desperdiciará sus evidentes cualidades como cineasta. Todo porque ese tipo de cine, por sus características, está muerto, tal y como Rubén Lazcano lo está en la película.

Si no hay un cambio hacia un cine más vital y vivo, la cineasta corre el mismo riesgo que su personaje Otilia. Ese amor equivocado puede llevarla al suicidio creativo, para yacer junto al cadáver de su amado cine solipsista.

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Por lo anterior, también se pueden entender algunas situaciones extracinematográficas que se dan en el Cine Mexicano.

Hay fuertes controversias entre los cineastas del grupo que cultiva este cine “de rigor” que he descrito, y los nuevos directores cuyo lugar de proveniencia en algunos casos es el mundo de los comerciales.

El primer grupo no logra hacer contacto con el público por el tipo de cine que quiere imponer; por lo tanto recela del éxito de las producciones recientes que han tenido éxito comercial y crítico.

De esa nueva corriente, más vigorosa, que lucha por asentarse definitivamente en el cine se pueden citar películas que están vivas y hacen mella en quienes las ven:

- Perfume de violetas, de Maryse Sistach

- Amores perros, de Alejandro González Iñárritu

- Un embrujo, de Carlos Carrera

- Del olvido al no me acuerdo, de Juan Carlos Rulfo

- ¿Quién diablos es Juliette?, de Carlos Marcovich

- Cilantro y Perejil, de Rafael Montero

- La polémica Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón

- La controvertida Sexo, pudor y lágrimas, de Antonio Serrano

Frente a estas cintas se han alzado críticas desde el cada vez más reducido, pero poderoso, grupo de directores que hacen cine “de rigor”.

En el fondo de la polémica están dos concepciones muy diferentes de hacer cine en México. Ambas tienen sus premios y reconocimientos pero la lucha ahora es, en forma abierta, por el público. Pero de manera soterrada también disputan puestos de poder, asistencia a festivales de prestigio, financiamiento para producción, reconocimiento crítico, tiempo de exhibición, etc.

En unos pocos años veremos cual de las dos corrientes domina el cine mexicano. Es claro que mi apuesta ya está en la mesa.