15 enero 2015

La dulce hiel de la seducción, de varios autores. Por Angélica Ponce

Angélica Ponce.


Siendo la literatura el mejor escenario interpretativo de una sociedad y el reflejo generacional de sus formas de pensamiento, la selección de 14 historias que hiciera Ana Clavel para La dulce hiel de la seducción resulta ser poco más que regular, pese a lo reconocido de las plumas, pues no logran cuajar cuando menos seis cuentos, dos son olvidables y uno más se debate entre un buen principio y un final muy por debajo de las expectativas generadas; mas es la maestría de la compiladora, de Iván Ríos Gascón, Eve Gil, Guillermo Fadanelli y Rosa Beltrán, lo que le permite a este título de la colección Las armas de Venus, de Ediciones Cal y Arena, no ser ignorado.

Pertenecientes a la contemporánea generación de escritores mexicanos paralela al movimiento literario del Crack —que buscó la ruptura con el Boom Latinoamericano—, Ana Clavel, Iván Ríos Gascón, Eve Gil, Guillermo Fadanelli y Rosa Beltrán, sin un manifiesto de por medio y sólo buscando contar historias, consiguieron en este libro abandonar los localismos, para insertarse en la universalidad de las tramas, en el que la ubicación geográfica es un mero accidente espacial.

Sin ser condescendientes con sus propios e individuales cuentos y sus personajes, estos cinco escritores —con ese permiso e inocente supremacía que da la creación literaria— diseñaron veraces escenarios y situaciones que fueron dibujando seres tan reales que de inmediato involucran al lector como cómplice o vouyerista, dejando que con el avance de las letras se dé ese doble juego de roles, donde la identificación o propias creencias y vivencias son capaces de ofrecer un criterio sobre las historias y los personajes como si estos existieran.

Encontrándose los cuentos: Ella era la más inocente, de Ana Clavel; Something Stupid, de Iván Ríos Gascón; Arsénico y caramelos, de Eve Gil; La siesta, de Guillermo Fadanelli; e Isla en el lago, de Rosa Beltrán, distribuidos en el principio, medio y final del libro, pueden percibirse como una columna vertebral, con pequeños descansos que dan las otras historias nada memorables o fundamentales para que exista la compilación, pues son las narraciones ya mencionadas las que juegan con ese subir y bajar de tono dramático que enfrenta a los demonios particulares y temores, así como cualidades de los seres creados, tanto primarios como secundarios.

Así por ejemplo, a manera de prólogo, Ana Clavel jugando con esa premisa de André Breton, en la que el amor es elección, pero al mismo tiempo imposible —pues dos prohibiciones la impiden desde su nacimiento: la interdicción social y la idea cristiana del pecado—, convida a mirar una tarde de juegos entre un padre y una hija, cuando mamá está ausente. Mientras que, Iván Ríos Gascón encuentra en la historia de la gorda Nancy un fascinante universo erótico, divertido y cruel, que entre las notas de Frank Sinatra y una forma muy particular de guardar tributo a los amores perdidos o mejor dicho, una justificación “romántica” y cínica para el hurto, va colando esa seductora y arrabalesca atmósfera neoyorkina en la que cualquier cosa puede pasar, desde la renovación de las paredes de un corazón grafiteado hasta un giro de 180 grados, que no sólo deja sorprendidos a los lectores, sino al mismo personaje principal.

Y ya envueltos en la compleja y hasta por momentos ingenua vida de los amores y deseos que significaran Ella era la más inocente y Something Stupid, Eve Gil se entrega de llenó a la tragedia clásica, en que se da una confrontación entre el deber ser y el ser, cuya sexualidad culposa empapa de tal erotismo a los involucrados que irremediablemente aparece el dolor con traición, intriga, sexo e irresponsabilidad, para luego preparar el camino para recibir, como un opuesto: la historia de Guillermo Fadanelli, uno de los cuentos más locochones y paradójicamente también más frustrantes y divertidos del libro, pues su personaje principal literalmente se da con todo a la mujer que ama, sólo que en su ausencia. Quedando, entonces, para un buen cierre el cuento de Rosa Beltrán, que narra como la víctima se convirtió en victimaría al dejar a su suerte a ese ser que amó por encima de sí misma, y que él, creído de su poder, de pronto se vio abandonado.

Son en conjunto, estos cuentos, un buen pretexto para hacerse del libro por su contemporánea forma de percibir las pasiones, que contradictoriamente siguen enredándose en los más complejos y primigenios estados y formas de relación humana, mas son estos también los que invariablemente llevan a pensar que el mismo título queda muy por debajo de las historias, sometiéndolas a una falsa idea de lo que se puede encontrar cuando se recorran sus páginas.