08 noviembre 2015

Van Van, empezó la fiesta, de Liliana Mazure y Aarón Vega

Francisco Peña.

Para Sandra Notario. Por los viejos cha-cha-chas de Jorrín en las noches todosianas.


Esta cinta es agraciada por dos razones: cuenta con la presencia de Los Van Van y es un buen documental.

La cinta de Liliana Mazure y Aarón Vega logra captar la vitalidad del grupo musical cubano, además de dar un contexto amplio a la calidad de su trabajo musical, su actividad tras bambalinas, y dar una aproximación al rol de sus miembros y su interrelación.



La cinta abre y cierra con imágenes de su concierto el 4 de diciembre de 1999 en La Habana. La imágenes de este concierto multitudinario enmarcan un delicioso círculo de fiesta, alegría, palomazos y baile que no evaden los momentos de reflexión.

En medio de las partes gozosas de música y baile van desfilando las partes testimoniales de los miembros que conforman el grupo, la destacada presencia de Juan Formell como director, el amor de la gente por su música verdaderamente popular, que terminan por dar una idea de la evolución y la presencia de Los Van Van.


En esas partes intermedias destacan puntos que los realizadores tocan a profundidad, pero siempre con una alegría y una empatía que empapa las imágenes. Un ejemplo es el proceso de integración paulatina de músicos jóvenes que van sustituyendo a los viejos por causa natural de la edad.

Los testimonios de viejos y jóvenes, sobre su actividad dentro del grupo y su instrumento particular, dejan ver que se cumple lo que se dice: Se busca que “la gente joven que entre, que entienda lo que se está haciendo aquí desde hace muchos años”.


A esa continuidad musical se suman sinergicamente las aportaciones de jóvenes y viejos para entregar una música viva donde todos evolucionan al parejo. Un ejemplo es el baterista joven que entra en lugar del viejo. Tiene más técnica y no el mismo estilo, pero que se funde en el crisol de todo el grupo para beneficio de todos los que gozan de las canciones. Este punto remata en la cinta con un excelente solo de batería que deja entusiasmado al espectador.

Entonces, entre testimonios, conciertos y palomazos improvisados, los espectadores perciben que la evolución de Los Van Van queda marcada por las aportaciones sabias y colmillo de los viejos, a las que se suman los experimentos de los jóvenes.

Es patente que el eje sobre el cual giran todos es la libertad que todos tienen para la creatividad musical bajo la guía de Formell.


Pero los realizadores muestran que esa libertad y ese goce por la música no están limitados a los conciertos o al resultado final de los discos. Las cámaras van detrás de bambalinas o hasta el mismo estudio de grabación, en donde se remarca el perfeccionismo (y el gusto por HACER música) de los participantes. Con close ups y cámara en mano se asiste a la grabación por track individual de instrumentos separados, de coros, de voces, de solistas.

También hay momentos de reflexión, donde uno de los miembros habla de la vieja costumbre de que los músicos de conservatorio evitaran la música popular como la peste, y como unos pocos, “los pachangueros”, preferían mezclar lo culto con lo popular. Esos “pachangueros” son ahora de los mejores músicos de Cuba.



Por otra parte, los directores muestran el arraigo de la orquesta en el gusto de la gente. Los testimonios se suceden uno a uno de niños a grandes: unos cantan las canciones, otros muestran su orgullo por la orquesta, y hasta se les predice la dicha y la buena fortuna.

Pero en varios de esos testimonios no sólo aparecen las palabras, las declaraciones, sino la música misma y varios terminan bailando a cámara la música de Los Van Van. Si eso no es estar presente en el gusto de un pueblo, quien sabe que lo será.

No sólo entre el bailador anónimo tiene presencia la orquesta. Están presentes los testimonios de figuras como Silvio Rodríguez (que comparte a cámara el escenario) y el de Pablo Milanés. El rejuego de gustos y estilos musicales entre todos es evidente; lo unifica el amor por la música.


También los realizadores apuntan las consecuencias políticas del ejercicio de la buena música. La nominación de Los Van Van al Grammy en 1999 y conciertos en Miami provocó protestas de parte de la comunidad cubana en el exilio. A pesar de esa oposición el grupo ganó el premio y los festejó como un reconocimiento a su música.

Desde el punto de vista cinematográfico la película cumple su objetivo con buena factura. Cuando la música es el personaje central, cuando lo que ocurre en el escenario está dictado por el ritmo inigualable de la música cubana, lo más sencillo sería ilustrar y dejar correr las cámaras múltiples ubicadas en un único concierto.

Pero los realizadores buscaron otra cosa, que lograron con un trabajo de edición finísimo que NO se nota si no se pone atención. Varias canciones corren completas en pantalla, en vivo, pero las imágenes de esa canción provienen al menos de dos conciertos distintos.


El manejo de entradas y salidas, de movimientos en cuadro de una a otra toma están muy bien logrados. Podrá parecer muy sencillo el montar imágenes de fuentes distintas para dar vida a una canción única, pero los que han editado conocen que no es fácil, que se requiere de muchas horas de trabajo en editoras para llegar a la perfección de lo “natural”.

En ese sentido, la labor de edición de esta cinta es notable, gracias a Miguel Sverdfinger. Mientras menos se nota su mano en los números musicales más brillante resulta su labor para los profesionales del montaje, con un ojo dedicado a este tipo de trabajo.

Así, las imágenes no son esclavas de la música, cuando esta última es la reina temática de una película. Se buscó una solución creativa que aportara riqueza al conjunto de la película.

Esta buena cinta deja en el recuerdo muchos momentos gozosos, de baile, de fiesta. Entre ellos el de las jóvenes cubanas que bailan en el escenario mientras tocan “Sandunguera”; el mar de manos que se agitan en el concierto de La Habana.

Todos llevan a lo mismo...

Hay Van Van para rato.

¡VAN VAN, EMPEZÓ LA FIESTA! Dirección: Liliana Mazure y Aarón Vega. País: Argentina-Cuba. Año: 2000. Guión: Martín Salinas. Fotografía en color: Marcelo Iaccarino y Rafael Solís. Música: Orquesta Los Van Van. Edición: Miguel Sverdfinger. Con: Orquesta Los Van Van: Juan Formell, Pedro Calvo, Hugo Morejón, Álvaro Collado, Edmundo Pina, Samuel Formell, Boris Luna, Jorge Leliebre, Gerardo Miró, Pedrito Fajardo, Manuel Labarrera, Julio Noroña; Pablo Milanés, Silvio Rodríguez. Producción: Productora Cinematográfica ICAIC, Arca Difusión, Juan Devoto. Duración: 84 minutos. Distribución: Canela Films.